Los maestros del Tao, antiguamente,
no buscaban milagros en las almas
de su pueblo ignorante.
El que pone las cosas complicadas
con esa paradoja
que le concede su agudeza rara;
el que se vale de su inteligencia
para guiar al pueblo siempre falla,
y aquel que en ningún modo la precisa
evidencia la fuerza de su magia.
Quien lo sabe y lo vive,
ya tiene la batalla
pacífica de gobernar al pueblo
triunfalmente acabada.
Y alberga la suprema
virtud profunda y vasta,
que danzando en los usos de las gentes
la armonía infinita les alcanza.
Lao Tsé
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